lunes, noviembre 07, 2022

 

¿Qué pasa con la muerte?

Con las camisas colgando en el armario

Con el teléfono que suena


Con los pliegues de la cama deshecha

El halo tibio

Que se desvanece

Y nadie contesta

 

¿Qué pasa con la muerte?

La luz que roza la yema 


La Itaca desconocida


El anhelo de un abrazo

La palabra que tragó una boca


El ojo que secó

En el viaje de vuelta a la semilla

viernes, octubre 16, 2020

18 de octubre



El 18 de octubre en Santiago -luego se extendería a otras regiones del país- emergió un proceso de descontento que se gestaba hace ya un tiempo en la sociedad chilena.  El detonante fue el alza de $30 en el precio del pasaje del Metro de adultos.  Sin embargo la movilización fue iniciada por estudiantes secundarios.  Aquí se hace necesario relacionar los movimientos sociales inmediatamente anteriores con lo sucedido hace un año; el “pingüinazo” de 2006, las manifestaciones estudiantiles de 2011, el mayo feminista de 2018, son eventos de emergencia de la frustración de una sociedad que no ha visto que el esfuerzo -ni personal ni colectivo- se haya traducido en el bienestar anhelado.

“No son treinta pesos, son treinta años” fue uno de los primeras frases viralizadas ya no sólo en las redes sociales, sino en rayados en los muros de la ciudad, en carteles, gráficas y gritos que se concentraron en las decenas de manifestaciones en diversas ciudades del país.  “Hasta que la dignidad se haga costumbre” fue otra de las frases tomadas por la calle.  La frase salió de una mujer entrevistada en televisión.  Los medios comenzaron a recoger con perplejidad lo que sucedía en este aparente “oasis” que sólo era tal para unos pocos privilegiados -los de siempre- y cuya respuesta fue reaccionar en el mejor de los casos con la misma perplejidad, y en el peor con lo que ya hemos visto con dolor: miedo, represión, terror, fake news, entre otras acciones nada democráticas.

El 24 de noviembre de madrugada se firmó un acuerdo entre distintos sectores políticos del país con el fin de dar algún tipo de respuesta a lo que la calle seguía gritando.  Denostado por muchos, discutido por varios, alabado por otros, se firmó un acuerdo para una Nueva Constitución.  Una que deje atrás la que dejó la dictadura de Pinochet y sus civiles cómplices. Esa que se reformó, pero que siguió definiendo la posición de individualismo en un sistema neoliberal, con instituciones estatales que se encuentran tergiversadas según el amarre dejado o la contingencia de turno.

Y aquí nos encontramos hoy -pandemia mediante- a días del plebiscito para definir qué deseamos para nuestro futuro como sociedad. Con más preguntas que respuestas, con dolor y rabia por los costos humanos de estos meses, pero aún con la esperanza que todo puede mejorar si seguimos trabajando junt@s.  Para que ahora que nos encontramos, sigamos adelante y no nos volvamos a soltar.


*foto de lajuguera.cl


jueves, diciembre 20, 2018

Catrillanca: Una imagen (no) vale más que mil palabras.


Como persona dedicada al trabajo con imágenes en movimiento, especialmente documentales, enterada de las discusiones sobre la realidad en cámara, la puesta en escena, los falsos documentales, la manipulación de conciencia, la post-verdad y un largo etcétera propio de estos tiempos, no puedo dejar de reflexionar qué pasó cuando vi las recién reveladas imágenes del operativo policial que terminó con la muerte del joven mapuche Camilo Catrillanca.

Teniendo bastante seguridad que los carabineros habían mentido cuando dijeron que había sido un “enfrentamiento” –una investigación rápida desestimó dicha mentira tempranamente-, y conociendo la cantidad de montajes que la policía chilena ha realizado en la zona las últimas décadas, me dispuse a mirar las imágenes.

Todo lo que rodeó el “operativo” dejó de tener importancia cuando vi en uno de los vídeos la imagen de Camilo Catrillanca cabeza abajo en el tractor que manejaba antes que le dispararan por la espalda en el cráneo.  Dicen que estaba vivo.  Agonizando.  Inconsciente, claramente.  Un policía le sostenía la cabeza, mientras el otro realizaba curaciones para detener la hemorragia.  Se escuchó que había que sacarlo de ahí. Pensé en cómo sacan normalmente a las personas de un accidente: lo inmovilizan, actúan rápido, saben que cada segundo es la diferencia entre la vida y la muerte.  Pero este no fue el caso.  Parecía que se tratara de neófitos que no fueron preparados para nada.  Pareció un grupo de niños asustados que reciben órdenes y las ejecutan con la rapidez de un adolescente que obedece a regañadientes a su mamá.
Al bajarlo del tractor se les cayó.  Se les cayó al suelo.  Una persona que recibió un balazo en la nuca se les cayó al suelo.  Desde que comienza el vídeo, hasta que lo suben de mala manera a un auto último modelo –pagado con los impuestos de todos nosotros- pasaron nueve minutos.  Evidentemente no les importaba que esa persona se salvara.  Lo triste es que si hubiese sido un blanco, rubio y empresario, probablemente la bala que le atravesó el cráneo ni siquiera se hubiera disparado.
Volvamos a la imagen (y al sonido sincrónico).  Vi/escuché esta imagen en mi computador, sólo minutos después que fue liberada y pensé en el valor de ella.  De lo que provocará en la sociedad enrabiada que ha salido a la calle a protestar el último mes por esta causa.  La muerte de un inocente está pasando ahí, frente a nuestros ojos.  Registrada por cámaras que fueron puestas para proteger a nuestras fuerzas de orden. No para registrar su actuar en impunidad.  En el momento en que vemos en nuestros teléfonos, televisores, computadores la imagen del inocente muerto, la teoría posmoderna de la imagen se hace humo.  Porque ahí está, gritando que es verdad, que mataron a un inocente, como han matado a decenas.  Pero la imagen no está sola.  Sabemos que nos han mentido. Sabemos que han montado falsos enfrentamientos cientos, miles de veces; sabemos incluso que la responsabilidad no es sólo de quien disparó esa bala que quedó en el cráneo de Camilo.  Que la responsabilidad es del Estado. De todos nosotros, que por no tener una imagen que lo muestre vívidamente, no creímos –a pesar de todo- que pudiera ser cierto.  Lo de Catrillanca, Lemún, Catrileo y tantos otros que nos pesan en la memoria no-visual de esta nación chilena.

Seguimos –para bien o para mal- asombrándonos del actuar humano y del medio que lo registró para reproducirlo una y otra vez.  Hasta que creamos que es cierto.  Y hasta que de tanto mirarlo, dejemos de estremecernos como la primera vez.

sábado, noviembre 04, 2017

Buika en Santiago de Chile

Conocí a Buika hace unos diez años gracias a la canción “Jodida pero contenta”   (Buika Collection, 2009) que posteó una amiga, entonces estudiante de Flamenco, en alguna red social.  Creo que escuché esa canción unas mil veces.  Por esos mismos años, cuando vivía en París, realizó un concierto en la capital.  Lamentablemente, sin saber de esto, había comprado ya una entrada para ver a Jack Johnson, lo que ya era demasiado para un presupuesto estudiantil como el mío.  Mi amiga mexicana que asistió a ese concierto, volvió extasiada, diciendo que había sido una experiencia inolvidable.  Desde entonces y, en realidad, desde que la escuché por primera vez, que quería verla en vivo.
Todo este largo preámbulo es para decir que el concierto que realizó anoche esta artista valió completamente la pena la espera.  Con un remodelado y completo Teatro Oriente, Buika se presentó con su banda de cuatro músicos (trombón/piano, guitarra, bajo y cajón), llenando el escenario con su voz, su desplante, el talento de la banda, sus historias y el humor que la caracteriza.  Las dos horas de concierto, al calor de las palmas, los coreos y las improvisaciones, se convirtieron en una experiencia magnífica y en la negación del público a dejar que se fuera, (esto a pesar de las manifiestas ganas su maestro de cajón por retirarse). 

El paso de Buika por Santiago reafirma lo que ella misma, entre risa y canto, expresó con claridad: no importa tu origen geográfico, ni el idioma que hables, ni la religión que te albergue. Los sentimientos humanos son compartidos a lo largo y ancho del planeta, y en eso la música, es una clave universal.  Tanto mejor aún si se realiza con esta honestidad, calidad y talento.  

lunes, julio 17, 2017

Pajaritos a volar o educación extraescolar

¿Es necesario que cualquiera te diga que lo escribes lo han escrito miles? ¿Para qué cortar las alas de un pajarito que no ha bebido el aire de una cumbre o el vértigo de una rotura de alas?
¿Para qué?

jueves, agosto 11, 2016

Tere


Tengo una amiga que se llama Tere. Vive al otro lado de la cordillera, pero nos conocimos al otro lado del Atlántico. Tomamos mates. Salimos de juerga. Caminamos por ahí bebiendo, comiendo, contándonos la vida. Tere me ofreció pizza cuando mi refri estaba vacío y llovía en París. Obvio. Siempre en esos momentos llueve en París.  Nos hicimos familia. Organizamos muchas raclettes y cuando queríamos putear, lo hacíamos en castellano. Porque no nos salía en Francés. Y la Tere cuando se enoja es brava eh. Nada de cosas a medias. Ahora, de vuelta en nuestros países, puteamos en francés. Cada una al otro lado del teclado. Ese es nuestro secreto. Nuestra complicidad eterna. Porque muchos puedan entender ambas lenguas, pero el idioma entre las dos, lo hicimos a nieve, mate, queso, vino y fuego.

Je t'embrasse nena <3 span="">

viernes, junio 24, 2016

Imágenes

En la ciudad

Una mujer adulta se limpia las lágrimas, sentada en la banca de una avenida ruidosa de la ciudad. Una niña sentada a su lado, le cuelgan los pies sin llegar al suelo, la mira.

Un hombre sentado en la escala de entrada al metro abre un maletín gastado, se peina, acomoda su carpeta de currículums, se levanta, se sacude el polvo y se dirige al edificio de enfrente.